domingo, 16 de enero de 2011

INNOVACION Y CULTURA PRODUCTIVA (Clotilde Fonseca Ministra de CYT de Costa Rica)

La innovación es un tema fundamental de nuestro tiempo. De ella depende, como nunca antes, el posicionamiento nacional y global de las empresas y, sobre todo, el desarrollo económico. Así lo han destacado los estudios más recientes del BID, la CEPAL y múltiples think tanks. Ellos señalan, claramente, también, que, para aumentar la productividad y estar en capacidad de generar innovación más poderosa, es imprescindible fortalecer la dimensión científica y tecnológica de los productos y procesos productivos.

¿Cómo lograrla? ¿Cómo crear productos que sean a un tiempo innovadores y comercialmente exitosos? He ahí el dilema. El asunto no es simple, ni siquiera para las empresas que cuentan con el talento humano y el financiamiento requeridos. Gary Lynn y Richard Reilly parecen tener una respuesta.

Los hallazgos de su investigación empírica han permitido decantar algunas de las mejores prácticas en este campo. Estos dos investigadores estudiaron la conducta, actitudes y destrezas de los equipos productivos que despliegan prácticas exitosas en el ámbito mundial, en el diseño, producción y comercialización de innovaciones

El trabajo de Lynn y Reilly extrae los cinco factores estadísticamente más determinantes en la creación de productos que resultaron ser innovadores y, a la vez, comercialmente viables. Conviene conocer y valorar las características comunes de la cultura productiva que ha generado esos productos. Sus rasgos son precisos y, sin duda, podrían ser aplicados, también, a las actividades creadoras de muy diversas instituciones, empresas y sectores productivos. Vale la pena analizarlos, uno a uno, con algún cuidado.

1. Visión clara y precisa. El factor determinante de todo proyecto innovador reside en la claridad absoluta sobre su objetivo. La visión del producto debe ser evidente, precisa y estable. Sin embargo, la idea del resultado debe ser lo único inmutable, pues es el eje que da sentido y dirección al proceso.

2. Involucramiento de la alta gerencia. Este factor es esencial. Constituye una fuerza que impulsa y respalda al equipo desarrollador y le confiere la autoridad y la confianza necesarias para actuar. Su apoyo es crítico cuando se debe romper alguna regla o superar algún atascamiento burocrático. Sin embargo, su intervención jamás debe convertirse en una forma de inspección o de control. La participación de la dirección superior debe ser más bien propositiva, cercana, estimulante. Dentro de este marco de acción, los autores destacan la importancia de que la alta gerencia atienda tanto los aspectos estratégicos como los de detalle.

3. Capacidad de improvisación. La innovación exitosa requiere de equipos ágiles, flexibles, con amplia disposición para probar diferentes ideas en rápida sucesión. Como es obvio, no existe un camino lineal entre la innovación y el mercado. Es necesario, por lo tanto, experimentar con distintos prototipos que puedan llegar a entrar en “sintonía” con los usuarios finales. Los equipos deben poder imaginar la necesidad —real o creada— de los futuros clientes. Para nuestra sorpresa, Lynn y Reilly defienden vehementemente la importancia de la capacidad de improvisación que debe existir en estos grupos humanos. Ellos deben estar en condición de variar el rumbo sin muchas aprehensiones, a medida que avanza el proyecto. Recordemos, lo único inmutable es la meta.

4. Agiles flujos de información e intercambio. La comunicación permanente y efectiva es un rasgo esencial de los equipos productivos. Es preciso que el flujo comunicativo sea natural y espontáneo y que permita el intercambio de ideas, propuestas e información, sin rituales burocráticos o intercambios formales. En general, estos equipos operan en un ambiente amplio y enriquecedor, en el que nadie se guarda nada para sí mismo, por temor al ridículo o por falta de disposición para compartir o someter lo propio, al juicio colectivo.

5. Cooperación bajo presión. La capacidad para cooperar y colaborar, aún en condiciones apremiantes o de estrés, también aflora fuertemente en estos procesos. La clara adhesión a la meta reduce los conflictos personales y evita las divergencias irreconciliables.
Los descubrimientos de Rynn y Reilley no constituyen una receta o una ruta corta para lograr un producto innovador. Los factores que han documentado sugieren más bien una cultura de trabajo, un estilo de relación y de gestión. El éxito no se deriva de la presencia individual de cada uno de los factores. La clave de hallazgo se encuentra más bien en su complementariedad, en la naturaleza sistémica de sus interrelaciones. He ahí lo que hace la diferencia.

La buena noticia, según nos dicen estos expertos, es que, cuando se logra este tipo de dinámica productiva, el riesgo de fracaso se reduce a alrededor de un 2%, algo verdaderamente sorprendente, especialmente si se considera que los proyectos de innovación enfrentan siempre múltiples riesgos y fracasos. De hecho, muchos de ellos acaban siendo abandonados o desaprovechados cuando no se dan las condiciones óptimas para llevarlos a buen término.
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